jueves, 1 de septiembre de 2016
Día 1: El Diagnóstico
2 meses atrás le pedí a mi médico general una orden para Psiquiatría, sin tantas preguntas me la concedió. Ni recordaba que la tenía asignada hasta que a mi celular llegó un recordatorio. Sentí los mismos nervios y ansiedad que cuando me practicaron por primera vez una prueba de VIH.
Anteriormente estaba asistiendo a un psicólogo particular porque sentía que algo no estaba funcionando bien en mi sistema nervioso. Desde niño he sido una persona visiblemente ansiosa y ya se me estaba saliendo de las manos.
El día anterior a la cita empecé a imaginar, como de costumbre, cómo sería todo: si estaría en un sofá acostado, cómo ocurre en las películas, o si la Psiquiatra me tomaría en serio o sí su diagnostico era que yo simplemente quería llamar la atención, lo cual en mi ignorancia también representa una especie de transtorno mental.
Dormí bien esa noche, la cita era a las 10:00 A.M. pero en mi afán por descubrir prontamente lo que iba a suceder llegué al consultorio a las 8. Pasé a la sala de espera y entre otros pacientes esperando a ser atendidos por diferentes especialistas, yo era el que más resaltaba de todos: parecía que mis piernas tenían vida y voluntad propia; se movían costantemente generando un molesto sonido en el sofá, aparentemente por los resortes del mismo. Fui el centro de atención en ese momento y por primera vez en mi vida, no lo estaba disfrutando. Quería levantarme y entrar al consultorio a vomitar todo lo que me venía atormentando.
Estuve esperando aproximadamente 20 minutos. Escuché mi nombre y rápidamente me levanté, me acerqué a la puerta del consultorio y con mucha precaución ingresé, como si quisiera pasar de incognito. Saludé a la Psiquiatra, pregunté si podia cerrar la puerta y lo hice con seguro incluído, no quería interrupciones.
El consultorio tenía un escritorio como el de cualquier medico, del otro lado había una silla para el paciente, y en frente había un sofá como el que imaginé, el que sale en las películas. Me quedé de pie unos segundos, no sabía dónde debía sentarme; la Psiquiatra me indicó que tomara asiento, señalando la silla que se encontraba frente a su escritorio. Me acomodé con la espalda recta y mis manos colocadas delicadamente en mis muslos. De repente me sentí como un pequeño niño intimidado en su primer día de clases, o como un niño que quiere causar una buena primera impresión.
Lo primero que noté en mi terapeuta es que no me observaba. Estaba concentrada en la pantalla de su computador escribiendo quien sabe qué cosas sobre mí, o tal vez sobre el paciente anterior, aunque cuando me llamó no había salido nadie de su consultorio. Ligeramente volteó su Mirada hacía mi y me preguntó el motivo de mi consulta. Empecé a hablar a una velocidad que ni yo mismo alcanzaba a procesar el contenido de lo que estaba diciendo; movía mis manos, pies, hablaba de un tema, luego de otro, luego volvía al primer tema, saltaba al tercero, regresaba al Segundo, volvía al primero y terminaba con el cuarto. Lo que pasaba por mi cabeza en ese momento era que tenía que proveer a mi terapeuta con la mayor cantidad de información posible para obtener de esa forma su atención y que evidenciara lo mismo que yo estaba percibiendo: que algo no estaba bien en mi conducta.
Creo que le dí espacio para hacerme 2 o 3 preguntas, básicamente ella quería aclarar o entender mejor lo que le estaba contando. Hablé sin parar por aproximadamente media hora, y al ver que ella solo me miraba con cara de asombro y creo que de desprecio, decidí ponerle punto a parte a mi discurso. Ella tomó unos minutos para anotar algunas cosas en su computadora, alcancé a pensar que estaba llamando a la policía. Luego dirijió su vista hacía mi, nuevamente, y me dijo que lo que lo que más le alarmaba de mi conducta era la forma tan rápida y desordenada en que me expresaba. Fue evidente lo ansioso e intranquilo que estaba al no poder controlarlo. Me hizo una rápida valoración médica basada en preguntas y respuestas: "¿Cuántas horas duermes?", "¿Cómo es tu apetito?", ¿Fumas, bebes?" al tiempo que seguía redactando en su computadora.
Sinceramente al principio yo estaba algo desanimado y la razón es que una parte de mi no quería curarse o recibir ayuda, porque eso significaba renunciar a muchas conductas a las que ya estaba acostumbrado y de que de cierta forma me causaban excitación. Karina, mi psiquiatra, me dijo que me recetaría un medicamento para controlar mi sistema nervioso, ella pensaba que era posible que mi comportamiento "acelerado" fuera algo a lo que me acostumbré por antiguos ataques de ansiedad. También me envió a hacerme un examen de tiroides, del cual no tenía idea que era, pero luego investiqué en internet y deduje que quería determinar si mis movimientos anormales estaban siendo motivados por un problema de tiroides. Sobre el medicamento que me recetó solo me dijo que no generaba dependencia y que los efectos secundarios eran mínimos y poco ocurrentes. Además de eso me dio una orden para ver a un Psicólogo de forma inmediata, eso me generó una gran motivación, al mismo tiempo que más ansiedad.
Salí del consultorio con el compromiso de empezar a tomar la Sertralina, ver a un Psicólogo ese mismo día, hacerme el examen de tiroides y regresar con los resultados nuevamente a Psiquiatría. Bajé de inmediato a la recepción, presenté la orden y obtuve cita con una Psicóloga programada para la tarde. Tenía 2 horas para almorzar antes de ser nuevamente evaluado. Durante ese tiempo replantié mi estadía allí, definiendo si realmente esto era lo que quería o si mejor seguía con mis actos malevolos y criminales. La respuesta debía ser obvia, pero en este punto sentía que debía hacer cosas malas, me había acostumbrado a ello y aunque no quería, cuando lo hacía sentía mucho placer. Imagino que es una sensación similiar a alguien que consume drogas, de hecho en este punto de mi vida me provoca probar algunas para comparar las sensaciones.
Después de analizar todo lo que implicaba aceptar la ayuda y someterme al tratamiento decidí que eso era lo que iba a hacer, así que el primer paso fue eliminar todas mis redes sociales, incluyendo Whatsapp. Quería mantenerme alejado lo más posible de la tecnología, y más aún, evitar tentaciones a causa de publicaciones de mi ex o alguna otra persona, que me generaran deseos de hacer algún mal.
Mantuve 1 hora caminando, de tanto pensar olvidé almorzar pero en realidad lo que menos quería era comer. Llegué a la sala de espera una hora antes de la cita y me senté a esperar el llamado. Estaba solo al principio, luego empezaron a llegar otros pacientes. Llamé a Julián para contarle mi experiencia con la Psiquiatra, igualmente quería disimular la ansiedad que sentía en ese momento así que conversando con él esperaba que mis movimientos anormales se detuvieran. Él reaccionó muy bien, positivo con la decisión que estaba tomando.
Al terminar nuestra conversación tomé una revista sobre medicamentos y simulé que la estaba leyendo, pero en realidad solo veía las imagenes esperando encontrar algo que me mantuviera concentrado y entretenido. Al rato escuché el llamado de la Psicóloga, ingresé rápidamente y cerré la puerta sin preguntar, con seguro nuevamente. Era el mismo consultorio donde había sido atendido por la Psiquiatra, esta vez me concentré en todos los objetos que habían en dentro; rápidamente vi una artesanía precolombina junto al escritorio, un calendario, un peso electrónico, material médico-publicitario pegado en las paredes y un perchero de pared en una esquina, además del computador, escritorio y sofá que había evidenciado en la visita de la mñana.
Esther, mi Psicóloga, me saludó y me pidió que tomara asiento. Empezó a leer mi historia clínica, los detalles de la conversación que tuve con la Psiquiatra. Me pídió que le aclarara un poco sobre esos pensamientos "malignos" que se apoderan de mi mente constantemente. Le respondí diciendo: "Vivo lleno de rencor, pienso en matar, secuestrar, torturar y organizar atentados terroristas tanto con personas con las que siento algo de rencor como con la sociedad en general. Son cosas que no quiero hacer, pero siento la necesidad de hacerlas, y tengo miedo de llevarlas a cabo, volverme loco, acabar en la cárcel y terminar con mi vida." Esther se impactó con mis declaraciones y mostró mucho interés en ayudarme a salir de este tormento.
Mi interacción con la Psicóloga fue muy diferente a mi interacción con la Psiquiatra. Esta última estaba muy inclinada a la parte física y la primera a la parte emocional/mental. Luego de escucharme comentó algo acerca de un trastorno de personalidad y comportamiento obsesivo compulsivo. Yo no entendía nada de lo que ella decía, pero por alguna razón no hice preguntas, tampoco a la Psiquiatra.
Esther, al igual que la Psiquiatra, me pidió que dejara de fumar, beber alcohol y bebidas negras, además de energizantes. Para tratar mi trastorno me dijo que iniciariamos con una terapia respiratoria y de relajación. La primera consiste en tomar aire por la naríz y dejarlo salir muy lentamente por la boca, durante 10 minutos, 3 veces al día. La segunda consistía en acostarme en mi cama y hacer movimientos de relajación, cerrar los ojos e imaginar los números del 9 al 0, entre otras cosas.
Otra tarea era llevar un control de mis pensamientos negativos en un cuaderno, anotando diariamente qué pensamiento negativo tengo y la hora del mismo. La idea era que Esther pudiera identificar si había un patrón en la hora en que estos se presentaban. Por otro lado debía hacer una lista de las cosas que hago actualmente y me hacen feliz, y también una lista de las cosas que pienso que podrían estar alimentando mis pensamientos negativos...ah, ingresar al gimnasio o practicar algún tipo de ejercicio era mandatorio para el tratamiento.
Ella me asignó una cita para dentro de 15 días en la cual yo debía presentarme con todos mis ejercicios. De haberlos hecho juiciosamente el siguiente paso era iniciar una terapia que involucraba a mi organismo, pero de momento debía relajarme y controlar y acostumbrar el ritmo de mi respiración.
Salí del consultorio, fue una cita de media hora aproximadamente. Estaba muy motivado porque a pesar de que vi a ambas preocupadas yo sentía que siendo tratado por ambas me iba a hacer sentir muy bien y podría salir del hoyo negro en el que me sentía sumergido. Además, tenía a Julián a mi lado, y él ha sido un gran apoyo en esto y me daba gusto estar trabajando en mis trastornos para poder sentirme bien conmigo mismo y entregarme plenamente a la relación.
Me dirijí entonces al apto de Julián, debía recoger algo de su ropa ya que él llevaba una semana quedandose conmigo y por su horario de trabajo no había tenído el chance de ir a donde actualmente tenía todas sus cosas. Empaqué lo que pude y me fui a casa, me sentía de mal genio producto de no haber almorzado. Afortunadamente llegué temprano, aproveché y comí arroz con carne que había quedado del almuerzo, y luego me metí en cama a ver televisión.
Aún no reclamaba el medicamento, debía dirijirme a otro lugar para hacerlo, por lo que el tratamiento en sí aún no empezaba. En este momento mi casa estaba llena de muchos pensamientos a la vez, pero ya no me atormentaba tanto porque veía que aún tenía una oportunidad. Tomé mi computadora y empecé a buscar sobre el medicamento en cuestión, me encontraba solo en el apartamento así que le di rienda suelta a mi ansiedad. Lo primero que encontré es que la Sertralina es un antidepresivo, lo cual me sorprendió mucho, ya que pensé que era una simple pastilla para los nervios. Luego empecé a leer casos de personas que la han tomado y todos se quejaban de los efectos secundarios y de lo dificil que es desprenderse de ese medicamento. Creo que ahí terminó mi entusiasmo, yo nunca he sido muy amigo de las pastillas y medicamentos en general, por ende no quería generar dependencia a uno de ellos. Sin embargo, la decisión estaba tomada, yo quería hacer ese tratamiento.
Julián llegó alrededor de las 9:00 pm. Cuando le conté sobre el medicamento y los efectos secundarios quedó algo preocupado, sin embargo acordamos seguirlo para conocer el impacto del mismo, confiando en que sería de mucha ayuda para mí. Hasta este momento evidentemente no había ningún cambio en mí, seguía manejado por mi ansiedad. Hice el primer ejercicio de respiración y me fui a dormir.
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